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Como los supuestos asesinos del cine podrían terminar siendo sus salvadores

El cine parece estar en peligro desde sus inicios. Primero porque se decía que era una novedad tecnológica, un aparato de feria que se utilizaría para entretener a unos pocos, pero que no tenía valor artístico ni interés masivo, incluso los inventores del cinematógrafo, los hermanos Lumière, creían esto. Luego se creyó que sería asesinado por la televisión. Después decían que el videotape quitaría la necesidad de ir a las salas porque la gente haría sus propias películas en el hogar, lo mismo dijeron con la llegada de lo digital años más tarde. También se llegó a decir que sería degollado por el arribo del internet. Y su último supuesto asesino serían los servicios de streaming como Netflix.

El cine, con altos y bajos, ha logrado sobrevivir a todos estas «amenazas» que se le presentaron a lo largo de su historia por una simple razón: a la gente le gusta ir al cine. Es un acto ritual cultural que ha quedado impregnado en los recuerdos de cada uno de nosotros; las alfombras de colores, los posters en las paredes, el olor de los pochoclos, los comerciales antes de la película, que se apaguen las luces y alejarnos de la realidad para ser absorbidos por una historia que alguien nos quiere explayar durante aproximadamente dos horas. El cine sobrevivió por los amantes de las películas que quieren experimentarlas en su máxima forma de expresión, pero estos amantes ya no pueden ir a las salas.

Nuevamente en peligro

El cine actualmente presenta el desafío más grande de su historia, y no proviene solo de alguna innovación tecnológica que pueda reemplazarlos, sino de un virus que no permite que las salas abran sus puertas. La pandemia del coronavirus ha dejado a las salas de todo el mundo vacías, produciendo pérdidas multimillonarias para los exhibidores, provocando el cierre de múltiples salas y la posible desaparición de varias cadenas. No ayuda el hecho de que, algunos de los más grandes estrenos de este año hayan sido desplazados para el año que viene o directamente estrenados en los servicios de streaming de los cuales son dueños sus productoras. Esto es lo que sucedió con el remake live-action de Mulán y la película de animación infantil Trolls World Tour. Al anunciarse la cancelación de sus estrenos en salas y pasar directo a los servicios digitales, los exhibidores se sintieron traicionados, con AMC Theaters vetando a las películas de Universal de sus cines, para luego llegar a un acuerdo que reduce el tiempo entre la exhibición en salas y el salto a la distribución de la pantalla chica. Ante el doble ataque proveniente de las productoras y de la pandemia ¿Morirá el cine?

No, el cine no morirá, y uno de sus más grandes salvadores pueden ser una de sus más grandes amenazas: Las productoras que tienen sus propios servicios de distribución fuera de las salas. El pasado 7 de agosto, en Estados Unidos, se anularon los llamados «Decretos Paramount», los cuales estaban en vigencia desde 1948 y consistían principalmente en una prohibición de que los grandes estudios tengan sus propias salas de cine, y así evitar un monopolio en la distribución de películas. Ante la derogación de este decreto se deja una puerta abierta para que los grandes estudios, como Disney o Netflix, compren las cadenas y distribuyan sus películas de la manera que vean apropiada, sin tener que negociar con terceros. El cine se ha salvado, fin, pasen los créditos.

No todo es color de rosa

Ojalá fuera tan simple, pero el que las propias productoras puedan comprar las salas puede llegar a ser extremadamente perjudicial para las películas independientes y para los exhibidores particulares. Al adueñarse de las salas, los estudios pueden exhibir únicamente sus producciones si así lo desean, quitándole el espacio a varias producciones independientes y provocando el cierre de varias productoras de esta índole. También al no depender de las salas de terceros, las productoras pueden pedirles a los exhibidores particulares requisitos ridículos para exhibir sus películas, cosa de la que Disney ya es culpable desde hace años con sus franquicias más grandes y que al formar parte de un monopolio de exhibición el problema se exacerbaría. No hay que olvidar que muchas de las salas independientes dependen de estas películas «grandes» para poder sobrevivir y exhibir producciones más chicas. Si bien este es un problema de las salas Estadounidenses, como bien resalta John Tones de Xataka, puede alterar las formas de producción de las compañías y generar una onda expansiva a nivel global, después de todo la industria cinematográfica norteamericana es la más grande del mundo.

Necesitamos a los amantes del cine más que nunca

En conclusión, la adquisición de las salas por los grandes estudios puede salvar a la experiencia cinematográfica, pero el costo puede llegar a ser la extinción de la exhibición del cine independiente en las salas. Por esto es necesario que, apenas se termine esta pandemia, entre todos los amantes del cine vayamos y apoyemos a las salas más chicas, al cine de barrio, al que no pertenece a ninguna cadena. No esperemos que esa comedia o drama que tiene buena pinta salga en Netflix o piratearla, hay que ir y apoyar la exhibición del cine independiente, porque el cine si bien es una pantalla gigante que agranda a las explosiones, lo hace aún más con las emociones.

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